domingo, 9 de noviembre de 2008

Capítulo 3 Parte 3 - Y el día llegó...

La información del libro la tenía bajo control, aunque aún no lo había terminado de leer, pero había leído lo suficiente como para hacer el ritual de protección. Los últimos capítulos del libro que aún no había leído, al parecer se centraban en rituales de amor, de atraer dinero, trabajo y prosperidad y por el momento no necesitaba hacer ese tipo de rituales, con lo que no era tan grave que no lo hubiese acabado.

Carolina aprovechaba todo rato libre y cualquier descanso para ponerse con su libro de tarot, estaba muy entusiasmada con el tema y ya me había hecho prometerle que sería su conejillo de indias y que practicaría echándome las cartas a mi las primeras veces.

El fin de semana llegaba a su termino. Tenía que hacer el último ritual esa noche o ya no tendría más oportunidad.
Esa tarde toda la rutina se desarrolló como de costumbre, con unos cuantos ensayos y las funciones de rigor, aunque en esta ocasión había una diferencia bastante importante, Xavier estaba presente y no me estaba facilitando las cosas.
Estaba empeñado en volver a cenar conmigo esa noche e irnos de copas porque el Lunes era nuestro día de descanso.
Le dije amablemente que no quería salir esa noche pero estaba tan obstinado que cada que parábamos cinco minutos en los ensayos o entraba a el camerino después de una escena en las funciones, aprovechaba para lanzar la caña a ver si pescaba por fin un "si" como repuesta por mi parte. Al final de la noche me tenía tan exasperada que no me quedó más remedio que ser borde con él y contestarle con ofuscación a ver si así captaba el mensaje y me dejaba tranquila.
Después de que le mirara con los ojos muy abiertos y el seño fruncido para lanzarle un contundente -Déjame en paz de una vez- entonces dejó de insistir y se dio por derrotado.

Cuando llegué a casa esa noche me encerré en mi habitación y le dejé el libro de magia a Carolina para tenerla entretenida. El ritual de protección no era muy diferente al de iniciación, de la misma manera que el anterior tenía que hacer un círculo en el suelo y bendecir el lugar y los elementos, la diferencia en concreto se debía a las palabras utilizadas y al hecho de usar una amatista como amuleto la cual sería cargada con todo el poder de protección que necesitaría llevar conmigo para mi protección.

Esa noche también tuve la odiosa sensación de estar siendo observada, y aunque miré debajo de la cama, entre el armario, y detrás de las cortinas no pude encontrar nada.

Esa noche no pude dormir. Dí vueltas sin cesar de un lado para el otro, me levanté de madrugada y me bebí un vaso de leche caliente, regresé a mi cama y dormí entrecortadamente teniendo imágenes constantes de la bodega de Alexandro con las botellas de sangre.
Cuando vi asomar la luz de la mañana sentí alivio, pronto pasaría lo que tuviera que pasar y yo podía dejar de una vez por todas esa horrible sensación de expectativa ansiosa que me estaba carcomiendo.

Estuve todo el día dando vueltas de un lado para otro, el piso me estaba enloqueciendo y salí a dar un paseo por la ciudad. Me metí en un centro comercial y pude disiparme un poco viendo tiendas de ropa y complementos. Estuve pensando en decirle a alguien que había quedado con Alexandro en una especie de cita esa noche por si acaso no volvía, tal y como me sugirió él para que me quedara más tranquila, pero decidí no decírselo a nadie y tampoco creía que Alexandro se diera cuenta de mi silencio, a él le podía vender un farol diciéndole que alguna persona estaba al tanto de mi paradero para tenerle controlado.

Volví al piso y me cambié de ropa, quería estar muy guapa para Alexandro, al fin y al cabo me volvía loca ese hombre, y si moría, sería mejor morir con mis mejores ropas. Me puse una camiseta ajustada y de manga larga de color negro, una falda muy corta de color negro también y unas medias negras oscuras que no traslucían ni enseñaban la blancura de mi piel, llevaba unas botas verde oliva y era el único toque de color, pues la gabardina y la bufanda eran negras también pues me parecía que este color me impregnaba de elegancia y formalidad.
Alisé mi pelo con la plancha de peluquería que me habían regalado mis padres por mi cumpleaños número 23 y por maquillaje llevaba simplemente un brillo de labios rojo que me hacía parecer una chica inocente.

A las 8 en punto repicó el interfono, apoyé el aparato en mi oreja y escuché su voz:
-Ya estoy aquí.
Bajé corriendo por las escaleras porque de esta manera conseguiría sacar un poco la energía en exceso que brotaba de mi cuerpo y en el ascensor me hubiese subido por las paredes.

Abrí la puerta de la calle y ahí estaba, semejante príncipe sentado en el capó de su Opel Tigra twintop azúl, me miraba fijamente y sus labios estaban ofreciéndome una pícara sonrisa que me dejó helada.

Abrió la puerta del copiloto de su reluciente coche y antes de que yo pudiera darme cuenta ya lo tenía sentado a mi lado dando marcha al coche.
-Bien, vamos allá- dijo mientras encendía su estéreo con el A Funk Odyssey de Jamiroquai.

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