domingo, 9 de noviembre de 2008

Capítulo 3 Parte 4 - La Cita

-Estás muy guapa- decía sin mirarme directamente a la cara.
A mi me costaba reaccionar, me temblaban las piernas y no estaba muy segura de si había hecho lo correcto saliendo con él y aceptando ir a su casa a las afueras de la ciudad.
-¿Porqué no le dijiste a nadie que venías a mi casa conmigo? musitó sin apartar la mirada de la carretera.
Me quedé de una pieza, - Claro que sí que lo dije, pero no te diré a quién- intenté decirlo con un tono irreprochable de seguridad, aunque me costó a mi misma creerme porque mi voz estaba temblorosa.
-No es verdad, sé que no se lo dijiste a nadie- y se echó a reír.
-¿Cómo puedes estar tan seguro? esta vez mi voz sonó un poco más estable.
-Lo sé y punto. Pero no te preocupes, ya te dije que no te haría daño y no pienso hacerlo- Esta vez se giró para dedicarme una mirada profunda y una espléndida sonrisa maliciosa que me encantó.

Conducía a gran velocidad pero controlaba el coche y la carretera a las mil maravillas, estaba increíblemente guapo, llevaba un jersey grueso de color marrón y unos pantalones desgastados con algún agujero distraido en la rodilla, unos tennis diesel negros y su pelo iba suelto y liso bailando tranquilamente al compás del movimiento del coche. Jamiroquai nos deleitaba el trayecto con sus fantásticas canciones y entonces cuando ya llevábamos unos cuantos kilómetros recorridos yo empecé a relajarme.

-Xavier esta vez viene decidido a conseguirte- Soltó en el momento en que yo menos me lo esperaba.
-Definitivamente me sigues, ¿No sabes que eso es ilegal?- sentí una punzada al pensar que de nuevo Xavier estaría en peligro.
-Cuando te lo haya explicado todo acerca de mí, lo entenderás perfectamente, no te imagines cosas- sonrió como para quitarle hierro al asunto.

Le miraba a intervalos, pero quería que no fuera muy obvio, ese hombre me encantaba y podría pasarme toda la noche mirándole. Xavier me gustaba, pero era una atracción leve que no me quitaría el sueño ni me haría sentir mariposas en el estómago, pero Alexandro era el hombre que más caos había ocasionado en mi interior, él era el hombre que era capaz de hacerme temblar, de hacerme enmudecer, de hacerme sentir fuego en mi interior, era el hombre que yo soñaba para mí.

El resto del camino evitamos los temas escabrosos, hablamos acerca de mi grupo de teatro y del éxito que habíamos conseguido con la obra, él comentó algún suceso de su empresa de embutidos que a mi me pareció totalmente corriente en cualquier empresa y la conversación distendida y superficial sirvió para acabarme de tranquilizar hasta que llegamos a su casa.

Allí nos esperaba Eduardo en la puerta como el perfecto y leal mayordomo eficiente, le entregamos nuestras chaquetas y Alexandro me llevó a una habitación de la derecha, al fondo de la primera planta que yo aún no había tenido el honor de conocer.
Era una habitación grande como las demás, con sofás y cojines por todas partes, parecía como una zona especialmente diseñada para el descanso o para tener una fiesta de fumar en pipa y bailarinas de los 7 velos, sólo que no habían ni pipas ni bailarinas, estábamos él y yo sólos con una botella de vino, unos canapés y la música suave y melódica de algún conjunto de jazz.

-¿Una copa?- me ofreció la botella para que la examinara y la reconocí enseguida, era una de las botellas de su bodega clandestina.
-¿Lo que hay en su interior es definitivamente sangre? inquirí ya que vi que el estaba dispuesto a destapar de una vez el asunto.
-Si, lo es, pero también tengo vino para ti - y abrió la puerta de una estantería que contenía varias botellas de vino añejo.
-Bien, ya que quieres ir al grano, ¿me explicarás porqué tienes sangre en esas botellas? - le solté con tranquilidad, la verdad es que ya no tenía miedo ni estaba nerviosa, no sé porqué sentía que estaba segura y además era la curiosidad lo que imperaba en mí.
Él me sirvió una copa de vino y en la otra copa se sirvió un poco de sangre, levantó las copas en ademán de brindis y exclamó,
-¡Salud! , ¡por la verdad!- nuestras copas se rozaron haciendo el típico tintineo y sin más , Alexandro se bebió de un trago la sangre que tenía en su copa.

Yo en cambio no podía beber, estaba paralizada con la boca abierta mirándole como un zombie.

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