miércoles, 12 de noviembre de 2008

Capítulo 3 Parte 5 - El Secreto

Cuando apuró su copa, me miró y escrutiñó mi rostro como intentando descifrar mi gesto para ver si se había pasado de la raya o si había sido una buena manera de empezar a desvelarme su secreto.
-¿No bebes?- me miró con curiosidad. Y yo tarde unos segundos en contestar,
-¿eso era sangre humana o de animal?- Fue lo único que se me ocurrió decir finalmente.
-Humana- sentenció y yo me dejé caer en uno de los mullidos sofás que tenía a mi izquierda.

Empezó a sonreír, se acercó a mí y se sentó a mi lado, me cogió la mano y me acarició tiernamente.
-¿Estás bien?- Me susurró en un tono casi arrullador. Yo no sabía si debía retirar mi mano o dejarme hipnotizar por aquel príncipe macabro que me estaba mirando con ternura.
-¿Es una broma?, ¿Te gusta jugar conmigo?- Era realmente lo que pensaba yo, algo así era tan alucinante e inexplicable que tenía que ser una treta que se estaba jugando conmigo, no podía ser de otro modo.
-Desgraciadamente no es una broma, ¿Quieres que te lo explique o quieres atar cabos tu misma?- su semblante era serio y definitivamente con aquel rostro no podía estar mintiendo.
-Estoy demasiado aturdida como para pensar o analizar, lo único que se me ocurre ahora mismo como explicación a tu comportamiento, es que perteneces a una secta, adoras al diablo o algo por el estilo y entre tus ofrendas o ceremonias tienes que beber sangre y herir a tus víctimas escogidas.
Se echo a reír, parecía tan divertido con mi comentario que creí que su risa se prolongaría por horas y horas, nunca le había visto reírse de tal modo y yo no podía comprender el porqué de su risa, quizás fuera porque no tenía nada que ver con la realidad, pero quizás se reía fruto de sus nervios porque yo había conseguido dar en el blanco.
-No, no soy satánico- sonrió.
-Bien, pues explicámelo por favor, no llego a tanto- me rendí y dejé todo el peso de esa verdad en sus manos.
-¿Has oído hablar de Drácula?- me apretó de la mano con más fuerza.
Yo empecé a reír nerviosamente, no sabía porque me estaba hablando de Drácula en ese momento.
-¿Eres un fanático loco de las leyendas de Drácula y pretendes comportarte como él?- Temblaba al pensar que estaba justo delante de un chiflado.
-No- decía entre risas, - No quiero parecerme a Drácula, sencillamente soy como él, bueno.... más o menos...
-Vaya, pues si me estás diciendo que eres un vampiro, déjame decirte que te has equivocado de persona para tomar el pelo- Le miré con indignación y retiré con fuerza mi mano de la suya.
-Sabía que tendría que demostrártelo- Se levantó del sofá y llamó a Eduardo. Eduardo no tardó en aparecer y Alexandro le hizo señas como para que trajera algo. Se dio la vuelta y regresó para sentarse en el sofá conmigo.

Al cabo de un momento, entró de nuevo Eduardo a la gran habitación seguido de una linda jovencita, Eduardo hizo una especie de reverencia y se marchó dejándonos allí a los tres solos.
-Acércate- hizo el gesto grácil con la mano que la jovencita acató inmediatamente.
-¿Me conoces?- Le preguntó directamente a la joven y ella sonrió para posteriormente sentarse en uno de los abombados cojines de delante nuestro.
-Bueno, sólo habíamos hablado un par de veces por teléfono, cuando usted me llamó para ofrecerme trabajo como jardinera y hoy teníamos la entrevista, ¿Porqué me pregunta eso?- La chica sonrió con decoro.
Alexandro la miró fijamente a los ojos, estuvo unos segundos con su mirada fija en ella y le ordenó que se levantara y se sentara a su lado en el sofá.
-Susana, cuando veas lo que voy a hacer por favor no grites ni te asustes, confía en mí, no le voy a hacer daño, prométeme que guardarás la compostura y que no vas a salir corriendo, ¿De acuerdo?
-mmm, esto... de acuerdo, pero tengo un límite- mascullé con una voz temblorosa y odiosamente chillona.

-Beatriz, ¿Te llamas Beatriz, verdad?- la miraba tan fijamente que creí que iba a besarla.
-Si- musitó dulcemente la joven.
-¿Cómo te sientes?- le decía mientras le cogía la mano derecha.
-Es usted tan hermoso, su casa es un paraíso, puedo quedarme para siempre si usted quiere- La chica le miraba en éxtasis.
Yo no podía creerme lo que estaba oyendo, era tan surrealista la situación que parecía todo una comedia montada para hacerme perder la cordura.

-Tengo sed y tu puedes quitármela, ¿me harías ese favor?- él le susurró tan dulcemente que parecía como si estuviera hablando con una niña pequeña.
-Por ti haría lo que fuera, eres el ángel más hermoso que he visto en mi vida, soy tuya, ¿Cómo puedo calmar tu sed bello señor?- La chica parecía casi cantando una nana.

Yo debía tener la boca abierta o algo por el estilo, pero lo cierto es que mis manos y mis piernas temblaban como castañuelas.

-Verás, sólo tu perfecta sangre puede calmarme, ¿Me darías un poco? ¿Sólo un par de gotas? No quiero que te hagas daño ni que sufras.- le susurró tiernamente a la joven.

Llegados a ese punto yo ya maquinaba salir corriendo de la habitación, aunque le había prometido no correr pero la situación me estaba sobrepasando, era todo demasiado raro, no entendía que estaba haciendo yo allí y porqué tenía que presenciar toda aquella locura. Recordé que no había venido en mi coche y que literalmente no tenía como escapar.

Ella se levantó del sofá y empezó a buscar por la habitación, luego se dirigió a la mesa donde estaban las botellas y cogió el sacacorchos que reposaba al lado de mi copa aún sin beber.

-¿Estás seguro que sólo quieres dos gotas?- Miró a Alexandro de una forma tan fraternal, que no sabías si interpretar aquella mirada como la de una madre a un hijo, la de una fiel esposa a su marido o la de la servil amante a su clandestino amado.
-Sólo dos gotas- El no dejaba de mirarla y parecía como si estuvieran sólo ellos dos en la habitación.

Levantó el sacacorchos y se pinchó con delicadeza el dedo índice de su mano izquierda, cuando de este empezó a salir la primera gota de sangre, ella se acercó a Alexandro y le acercó su dedo a la boca. Alexandro chupaba sensualmente su dedo y mientras lo hacía me miraba a mí con una sonrisa maliciosa que me hizo sentir incómoda y a la vez excitada.
Me odiaba a mi misma por sentir excitación al verle besar así su dedo, me parecía que al excitarme aprobaba inconscientemente lo que hacía, pero mis principios primaron sobre mí y me dí la vuelta para no mirarle más.
Los celos reemplazaron los otros sentimientos, yo le quería y el estaba chupeteando sensualmente el dedo de otra mujer, los celos me estaban dominando.

-Gracias Beatriz, bebe una copa de vino- Le oí decir detrás de mí y entonces volví a girarme hacía él.
-Ha sido un placer- Sonreía ella plácidamente mientras se acercaba a la mesa donde reposaban las botellas.
Alexandro la miró un rato más y de repente miró a su dedo, ella le siguió la mirada y acabó mirando su dedo un poco desconcertada.
Y sin más, como si el encantamiento o el show hubiera llegado a su fin, la magia desapareció para dar lugar a el aturdimiento.
-¿Que me ha pasado? exclamó ella con asombro.
-Te has pinchado con el sacacorchos- Se levantó para acercarse a ella.
-No me he dado cuenta, no me acuerdo del pinchazo- Musitó la chica mientras miraba el dedo con cara de sorpresa.
-Si justo ahora, te he dicho que bebieras una copa de vino y al poner la mano sobre la mesa te has pinchado, no te preocupes, no es nada, con una tirita se cierra enseguida- Llamó a Eduardo que no tardó en aparecer y le pidió que trajera el botiquín.
-Escucha Beatriz, siento mucho haberte hecho venir hasta aquí, finalmente no necesitaré otro jardinero, pero te pagaré unos buenos honorarios por haberte echo perder el tiempo.- Le extendió un cheque que no pude ver de que cantidad se trataba, ella sonrió ampliamente y le dio un formal apretón de manos.
Eduardo apareció con el botiquín y después de ponerle la tirita, ella se marchó dando aspavientos de agradecimiento. Eduardo salió tras ella.

-¿Cuánto te ha costado ese pinchazo?- le inquirí irónicamente.
El sonrió y se sentó de nuevo a mi lado.
-El dinero no importa, es algo que va y viene. Me alegro mucho de que no hayas salido corriendo, he intentado ser prudente- sonrió maliciosamente mientras me miraba.
-Los Vampiros no existen, no me creo tu pantomima, muy buena actriz he de decir, era muy convincente, pero estoy segura que el cheque era un pago por su actuación más que por el simple pinchazo.- Le clavé una mirada enfadada,
- ¿Y que viene ahora? hay payasos también? trucos de magia? ¿Quizás... encantadores de serpientes? buahh, creo que ya he visto suficiente por hoy, que tal si me dices como vuelvo a mi casa- fui tan cínica que me costó detenerme en mi verborrea.
-Te llevaré a tu casa, pero no quiero que te vayas hasta que me hayas creído- parecía disgustado y a la vez triste.
-Pues tenemos un problema, yo no creo estas tonterías- me levanté del sofá dispuesta a irme.
-Y si lo hago contigo... ¿Me creerás?- tenía una mirada tan suplicante que me partió el corazón en mil trozos.
-¿Quieres que me pinche con el sacacorchos?
-Quiero que te bebas una copa de la botella de sangre- me desafió.
-Es algo que no haría por nada del mundo.
-Eso es bueno, porque si te la bebes entonces te lo habré demostrado.- sonrió victorioso.
-Si tuvieras razón y fueras capaz de hacer lo que dices, entonces luego no me acordaría ¿no?¿Que sentido tiene?- buscaba formas de salirme de esta tontería.
-Puedo hacer que lo recuerdes todo.-aseguró.
-De acuerdo, acepto el desafío.

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