sábado, 25 de octubre de 2008

Capítulo 2 Parte 4 - El beso

Me fundí en un beso dulce que me transportó a los confines del universo, mi mente bombardeaba pensamientos sin descanso y mi mi estómago acidez fría que creaba nubarrones de mariposas reboloteando sin descanso en mi vientre.
No sabía si debía disfrutar del elixir sagrado de ese beso apasionado o si debía apartar de mi boca a un hombre siniestro que embotellaba sangre. El vino no me dejaba pensar con claridad y mis emociones tampoco.

Mi cintura estaba rodeada por unas manos firmes y blanquecinas con las que tantas noches atrás había soñado y que ahora temía, debía ignorar mis emociones y escuchar mi razón y alejarme del ser que podía hacerme daño, alejarme del ser que podía embotellarme en unas cuantas botellas de cabernet sauvignon.

Empujé a Alexandro lejos de mí, no sin tristeza y deseo frustrado y le miré inquisidora esperando una respuesta por su parte. Alexandro soltó una carcajada sonora y cínica y se giró para marcharse y desaparecer entre la multitud.
Empecé a llamarle y a gritarle que volviera, pero antes de que me diera cuenta ya había desaparecido. Intenté seguirle pero no pude verle más y me quedé con la sensación de que me había tomado el pelo y de que yo era una estúpida.
¿Acaso se estaba burlando de mí?, ¿Estaba jugando conmigo? Esta situación se estaba alargando más de lo que yo hubiera deseado. Alexandro quería algo de mí, eso estaba claro, y yo no sabía si era algo bueno o algo malo.

Regresé a la barra por la anhelada copa de vino, pero en esta ocasión no bebía por alegría sino por preocupación, incluso llegué a pensar que este beso había sido una alucinación, una mala pasada que me estaba jugando el vino y mi mente y que realmente Alexandro no había venido a esta fiesta, ¿Cómo había podido desaparecer de ese modo?

Cuando ya casi me había autoconvencido de que ese beso no había ocurrido, vi a Alexandro a lo lejos charlando con una jovencita encantadora, él me miraba y se reía, como si estuviera haciendo todo aquello con el fin de molestarme. Lo peor de todo era que lo estaba consiguiendo porque no pude evitar sentir una punzada odiosa de celos en mi estómago y mi corazón latía con desesperación y agonía mientras pensaba que había encontrado a alguien con quién besarse también en la misma noche.

Alexandro la tomó por la cintura y desaparecieron de mi vista. Yo estaba contrariada, celosa y enfurecida, no podía creer que ese caballero andante me estuviera haciendo esto y se estuviera burlando de mí.
Volví con mis amigos y aunque intenté darle la vuelta a la situación y pasármelo bien, estaba acongojada y de mal humor y no podía apartar todo aquello de mi mente.
La fiesta dejó de ser para mí un espectáculo visual, romántico y armónico y se convirtió en algo estridente, doloroso y exasperante. Pasé lo mejor que pude las horas que vinieron a continuación esperando con ansias el final del la fiesta y aunque bebí y fumé como una desaforada, nada conseguía aliviarme ni calmarme por lo sucedido.

A la salida del recinto, nos despedimos todos con abrazos y besos y yo solo deseaba coger mi coche y llegar a casa lo antes posible. Carolina me dijo que había bebido demasiado para conducir y que ya conduciría ella para asegurar lo máximo posible nuestra supervivencia. Caminamos hasta el aparcamiento y buscamos mi coche entre las decenas de novedosos últimos modelos y cuando por fin lo vimos, entregué las llaves a Carolina y mi agradecimiento por preocuparse por mí y por llevarnos a casa.

Estábamos levantando nuestras gigantescas faldas para entrar de la manera más grácil y cómoda a mi pequeño coche, cuando escuchamos un llanto delicado y constante que provenía de un coche que estaba a unos cuatro coches a lo lejos del mío. Carolina y yo fuimos a ver quién lloraba y nos acercamos con rapidez y curiosidad por la vocecilla enternecedora que lamentaba su suerte. Estupefacción es la única palabra que puedo utilizar para describir lo que sentí cuando encontré a la jovencita que horas antes había visto en compañía de Alexandro sentada en el bordillo del aparcamiento con el vestido lleno de sangre y el maquillaje de su cara corrido por tantas lágrimas.
La chica lloraba sin parar y nos miraba con desconcierto, pero más desconcierto era el mío por no entender que le había podido ocurrir y si todo aquello se lo había hecho Alexandro. Tenía las manos llenas de cortes y no paraba de sangrar. Carolina cogió su fular y le hizo unos cuantos nudos alrededor de sus manos como una presta enfermera y la ayudamos a llegar a mi coche para llevarla a un hospital lo más aprisa posible.
Carolina tomó el mando del vehículo y yo llevaba a la joven reposada en mis piernas en la sillón trasero del coche intentando calmarla de quién sabe qué.

Cuando le preguntamos que había pasado, ella dijo que no lo sabía, que de repente había sentido el impulso de cortarse y que con una copa rota había conseguido propinarse los cortes en las manos.

Dejamos a la joven en el Hospital y esperamos a que llegaran sus padres, les explicamos lo que había pasado y después de recibir las repetidas palabras de agradecimiento por su parte nos marchamos a nuestra casa.

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