sábado, 18 de octubre de 2008

Capítulo 1 Parte 4 - La Habitación de Ella

Lo que veían mis ojos era como un sueño, incluso llegó a pasar por mi mente el pensamiento de que estaba soñando y que era algo de lo que no quería despertar aún porque todo era emocionante, único e irrepetible.
La habitación de la hermana de Alexandro era un teatro! había un escenario de madera en el centro de la enorme habitación sobre el cuál reposaba la cama, una cama con cuatro estacas que llegaban casi hasta el techo y de las cuales colgaban unos velos negros que daban una sensación como de las mil y una noches pero en estilo gótico, las fundas y la colcha eran negras también y daban al lecho un aire lúgubre encantador. Al lado de la cama tenía estatuas de cera tan perfectas que parecían personas de verdad y eso me estremeció porque me daban miedo y no quería tener que pasar la noche allí al lado de esas estatuas.
Las estatuas no eran de monstruos ni de nada aterrador, por el contrario, eran estatuas de mujeres jóvenes y hermosas ataviadas con vestidos del renacimiento, preciosas joyas y bellos tocados, pero me daban miedo porque parecían tan vivas que parecía que en cualquier momento iban a hablarme.

La habitación tenía un balcón enorme, con cortinas de velo negro también y por tocador tenía una mesa de dos metros de larga llena de perfumes, maquillaje y joyas que colgaban de unos pequeños estantes metálicos. ¿Acaso no le importaba que le robasen? dejar joyas tan a la vista y sin cerrojo? Entonces me dí cuenta por primera vez que Alexandro había tenido que confiar en mí desde el principio, porque no me conoce, no sabe nada de mí, y aún así me ofreció la habitación de su hermana con todas las cosas valiosas que ella posee, y todas tan al alcance de cualquier mano.
Por supuesto yo no iba a tocar nada de todo aquello, que parecía el tesoro de Tutankamón, pero me parecía todo demasiado raro, incluso la hospitalidad tan confiada que había tenido Alexandro para con una desconocida.

El espejo era cuadrado y tenía bombillas alrededor como los espejos que usamos los actores en los camerinos, y la ropa de la hermana de Alexandro no estaba guardada en gigantescos armarios o enormes vestidores, simplemente estaban los vestidos puestos cuidadosamente en colgadores de ropa con ruedas, también iguales a los que usamos los actores para colgar el vestuario en los camerinos.
Todo ello me tenía conmovida, era una casualidad enorme que Alexandro estuviera escuchando a los Red Hot Chili Peppers que son mi grupo favorito y ahora esto! la habitación que me ofrecía era prácticamente un teatro y con lo que me gustan a mi los teatros!!! ¿Serán todo esto alguna especie de señales? ¿Que me querrá decir el destino?

Al lado del tocador, había una estantería de 2 metros de alta y unos cuantos escalones que estaban llenos de pelucas, a simple vista pude llegar a contar unas 20! Dios mío! Qué clase de mujer podía ser aquella? Para que quería tantas pelucas? habían pelucas de todos los colores, rizadas, lisas, largas, cortas.... Aquello era un deleite para una actriz como yo.

Seguía pensando que estaba soñando, pero si era así, iba a disfrutar de ese alucinante sueño.

Me metí en la ducha y disfruté de cada gota de agua tibia que bajaba desde mi cabeza hasta la punta de mis pies, sonreía mientras me duchaba y era una sonrisa pícara y ansiosa por todo lo que me podría llegar a pasar esa noche, enjaboné mi pelo cuidadosamente, mi cuello, mis pechos, mis piernas, me enjuagué y salí de la ducha nerviosa porque no paraba de pensar en la ropa que iba a ponerme, pareceré una princesa con todo lo que ella tenía allí!

Me sequé con la toalla el agua en exceso que chorreaba de mi pelo y de mi cuerpo y me enrollé como un rollito primavera con la toalla para salir del baño y empezar con mi acicalamiento.
Cuando salí encontré mis maletas al lado de la entrada y supe que Eduardo, el mayordomo, había estado allí mientras yo me estaba duchando.
Me acerqué al colgador de ropa y empecé a pasar percha por percha para ver que tipo de vestido me quedaría mejor, ella tenía vestido fabulosos, con pedrería, con encaje, vestidos medievales, vestidos modernos, pero todos tenían una característica en común y era que todos eran de colores oscuros, al parecer a la chica no le gustaba la claridad.

Me probé un vestido rojo oscuro ajustado que me hacía parecer una mujer fatal, pero me pareció demasiado atrevido para asistir a una fiesta en la que no conocía a nadie, luego uno verde oliva que tenía una gran falda esponjosa, pero me pareció que parecía más un merengue que una mujer, así que lo descarté también. Y... entonces lo vi, allí estaba al final de todo, el vestido de mis sueños y de mis fantasías más remotas, ¡el vestido!

Era un vestido negro de tirantes, ajustado hasta la cintura y que desde la cintura caía en total libertad hasta el suelo como si fluyera de un cristalino río, no tenía piedras ni encajes, era simplemente un vestido que marcaba unas curvas imposibles y me hacía tan femenina y exótica que pensé que nunca más en mi vida podría igualar aquel efecto con otra ropa. Me puse unos zapatos negros de tacón bastante sencillos y tomé prestado un collar con un medallón precioso que tenía como colgante una amatista morada que atraía a mi muy buenas vibraciones.

Llegó el momento de peinarme y maquillarme, que puedo hacer con este pelo? mmmmm... un moño así? no no, no me quedan bien los moños, además se vería demasiado el tatuaje que llevo en el cuello, y si me hago unos rizos que caigan sobre los hombros? mmmm... demasiado convencional... no se.... entonces miré a la estantería de las pelucas y tuve el pensamiento aguzado de ponerme una de ellas, me sentí mal porque pensaba que sería un atrevimiento por mi parte ponerme una peluca ajena, pero mientras más las miraba más ganas tenía de ponerme una.

Ignoré mi consciencia y decidí ponerme una, total, al día siguiente me iría de aquella casa y nunca más les iba a volver a ver, así que que podría perder?

Me probé dos o tres pelucas y al final decidí ponerme una peluca de pelo liso, negro y brillante que llegaba justo a la altura de los hombros, con flequillo en la frente y una forma tan de hongo que rodeaba mi cara como si fuera el marco de un cuadro. Mi pelo terminó de secarse y me puse la peluca, me maquillé los ojos de negro y la boca roja, pinté mis uñas de negro aunque me pareció demasiado arriesgado y decidí que había llegado el momento de bajar a la fiesta.

Algunos invitados tendrían que haber llegado ya y yo iba a unirme a ellos.

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